sábado, 21 de noviembre de 2009

El comienzo de una novela (de una posible novela)


Primera parte



Diciembre

31


El tiempo se maneja a su libre arbitrio. El tiempo se come a sí mismo. El tiempo se pisa la cola. Se corta la cola. El tiempo es un animal inmenso y peludo. Asoma su cabeza por la ventana cerrada, deja restos de pelos sobre la alfombra, entre los libros, en los platos sucios. No puedo levantar la cabeza. Algo me lo impide. La noche afuera. Los respiros de la gente.

Perdí la cuenta. No sólo la cuenta. No puedo levantar la cabeza.












Segunda parte



Abril



1


Todo comienza hoy. Pero tampoco. En realidad todo comienza una tarde de febrero, frente a la pantalla de mi computador portátil. Y comienza hoy, porque, es evidente, ha sido el día en que decidí empezar un diario. Extraño soporte. Un diario de vida, una bitácora de acontecimientos para registrar algunas cosas que flotan en distintas partes de la memoria. De alguna manera la escritura de este diario, o de cualquier diario, se encarga de eliminar recuerdos. Porque perpetuar es también eliminar. Como una fotografía quitándole el aliento a un rostro. El anclaje en un registro. La negación.


Comienzo, de alguna manera, a asesinar una parte de mí.


Son las 15:45. Dejé de escribir para ir a comprar cigarros. Ahora que lo veo, en la primera entrada, que sigue siendo ésta, olvidé poner la hora. Por desgracia, no recuerdo la hora exacta en que empecé el diario. Digamos que fue alrededor de las 11. Después de prepararme un café y unas tostadas con palta. Las mismas paltas que compré hace una semana en el supermercado, las mismas que hice madurar envolviéndolas en papel de diario y dejándolas en el rincón más oscuro de la despensa.


3


Mi vecina llora. La escucho desde mi habitación. No es mi vecina, es la madre de mi vecina. La anciana tiene 91 años. La trajeron hace un par de meses. La pieza donde duerme queda frente a la mía. Sólo nos separa la pandereta y los respectivos muros de cada casa. A veces llora y a veces grita. No son gritos desgarradores; más bien parecen lamentos, o quejas. Mi vecina (la hija de la anciana) conversa con mi madre. Le dice que la anciana se caga en la alfombra y esparce la mierda por las paredes. Le dice que ya no la soporta. Mi madre cree que la hija golpea a la madre. Yo no alcanzo a escuchar golpes, sólo los gritos.


5


Hoy no he escuchado los lamentos de mi vecina. Pero estuve recordando cuándo comenzó todo. Creo que fue a mediados de febrero. El calor alcanzó temperaturas insólitas. Los diarios hablaban del calentamiento global. Los programas matutinos entrevistaban a mujeres obesas que decían que estábamos llegando al final. No sé por qué guardo esas imágenes. Los diarios publicaban fotografías de mujeres con minifaldas y escotes improvisando abanicos con folletos publicitarios. Querían dar cuenta del clima de mierda que se apoderaba de Santiago. Querían que el calor nos atacara por todas partes.


Tenía por costumbre, durante esos meses de cesantía y después de almuerzo, tomar mi bicicleta y pedalear hasta la biblioteca de la comuna para conectarme a Internet. Llevaba mi computador portátil, el mismo que utilizo ahora, para revisar mi e-mail, los diarios y hablar con gente conocida a través de sistemas chat. Visitaba blogs y buscaba información inútil hasta que daban las 19:30 hrs. y los encargados de la biblioteca nos avisaban que cerraban en 5 minutos más. Un día me conecté a Google, marqué la opción sólo Chile y escribí mi nombre. Encontré 2 coincidencias. El primero era Simón Gonzalo Soto Campos. Di un clic en el link donde aparecía su nombre. La conexión me llevó a una página creada por los familiares de Detenidos Desaparecidos. Busqué en la lista y encontré a Simón Soto. Ahí estaba su fotografía. Era un hombre delgado, con el pelo corto y una barba levemente crecida. No quise leer su biografía, ni las condiciones en las que había desaparecido.


Regresé a la página de búsqueda inicial y le di un clic al segundo Simón Soto. Simón Alejandro Soto Soto. Ex conscripto del regimiento de Valdivia. 18 años. Proveniente de Santiago. Fallecido en 1993 en extrañas circunstancias. La noticia aparecía en el portal virtual de un diario del Sur, y tenía algunos meses. Los familiares de Simón Soto Soto habían logrado que la justicia reabriera el caso. Los resultaron no fueron positivos. La misma nebulosa de siempre. Los mismos desgraciados que ocultan la información, que no quieren que se sepa lo que pasó con mi cabro, decía la madre de Simón en un apartado.


No existían otros Simón Soto. Ninguno que coincidiera con mi nombre y apellido. El primer Simón había desaparecido a mi edad, a los 28 años. Lo más probable era que estuviera muerto. El otro Simón, al momento de morir, tenía 10 años menos de los que tengo ahora. Ese sí está muerto. Enterrado y corroído por los gusanos.


Soy, según Google, el único Simón Soto con vida.


9


Hoy me desperté más temprano que los días anteriores. Las paltas, en la despensa, continúan madurando. Al desayuno me comí una. El pan era del día anterior. Lo calenté en el tostador humedeciendo la marraqueta con unas gotas de agua. No recuerdo quién me dijo que así se rescataba el pan añejo. El que haya sido, tenía razón. Apenas terminé el desayuno (las tostadas con palta, una tasa de té) me vine al computador y abrí el archivo donde escribo este diario.


Ayer escuché a la vecina. Los mismos lamentos. Me gustaría verla, pero su hija nunca la saca al patio. La anciana permanece todo el día en su habitación. Según mi madre, el comportamiento de la anciana ha mejorado. Eso le dijo la hija. Hace días que no se caga en la alfombra. No guarda la comida bajo las sábanas. No da problemas.


10


18:45. El diario ha sido el pretexto para contar una anécdota torpe e insignificante. 2 personas llevan mi nombre. Ambas están muertas. Una con total seguridad. Todo indica que la otra también. Ese día de febrero fue la primera y última vez que busqué información sobre Simón Soto. No sé si vuelva a hacerlo. No sé si este diario continúe.


18


Hace más de una semana que no escribo, desde que me fui a la playa, a la casa de un amigo en Consistorial, una comunidad privada en el Litoral Central, entre El Tabo y Las Cruces. Fuimos a despedir a un amigo que viaja a Nueva Zelandia. El computador lo dejé en Santiago. No sé por qué, pero sentí culpa cuando descubrí que abandonaría por varios días el diario. Por eso llevé un cuaderno, donde sólo anoté cosas breves e inconexas. Pensé mucho en Simón Soto Campos y Simón Soto Soto. Me voy a dormir.


Consistorial parece un centro de recreación para ex funcionarios DINA o CNI. Tiene algo de espeluznante y también playa norteamericana. Aún así, me gusta estar allí. Sobre todo por la casa de mi amigo.


Son las 11:53 y los gritos de mi vecina me despertaron. Son más fuertes que nunca. Mi mamá debe tener razón. A esa señora la golpean. Estoy casi seguro.


20


Los días en Santiago vuelven a la normalidad. El calor disminuye. Los rostros en el Metro se ven más aliviados. Casi nadie me escribe. Hablo con poca gente a través del chat. Apenas veo a mi padre. Salgo poco. Mi madre sólo me dirige la palabra para avisarme que el almuerzo está listo. No veo por qué alguien como yo habría de llevar un diario. ¿Qué voy a contar? ¿A quién?


Me quedan sólo 2 paltas en la despensa. La anciana sigue emitiendo esos extraños lamentos. Esta será la última entrada del diario. Sólo ha sido pérdida de tiempo.


Mayo



1


Sobre Simón Gonzalo Soto Campos:
Nació en Santiago de Chile en 1950. Vivió toda su vida en la comuna de Macul. Ingresó a la Escuela de Artes y Oficios en 1968 a la carrera de Ingeniería Civil en Electricidad. Tempranamente comenzó a militar en el Partido Comunista. Su inclinación por los temas sociales, cuentan sus padres, se manifestaba ya desde los años del colegio, donde siempre integró agrupaciones de ayuda a personas de escasos recursos y humanitaria en general. Sus compañeros de aquella época lo describen como un muchacho de aguda inteligencia, solidario y con claras condiciones de liderazgo. Fue presidente de curso en varias ocasiones. A pesar de su activa militancia en el partido, sus notas en la carrera siempre fueron altas. Apoyó con fervor la postulación a la presidencia de Salvador Allende. La última vez que sus padres lo vieron fue la mañana del 11 de septiembre. Simón salió alrededor de las 7 y media rumbo a la universidad. A las 9 llamó a su madre para avisarle que tal vez tendría que quedarse un rato más del previsto en la Universidad. Su madre le dijo que el día estaba raro, que tenía una corazonada. Simón le dijo que no se preocupara, que iba a hacer todo lo posible para llegar a almorzar. Fue detenido a las 3 de la tarde por los militares. Uno de sus compañeros que salvó con vida cuenta que Simón recibió un culatazo en la nariz al defender a una compañera que era maniatada con violencia por 2 militares. Se lo llevaron en un camión con varios dirigentes de la universidad. Eso sale en la ficha que en febrero no quise leer. Tal vez nunca debí haberla leído.


3


Este fue el mail que envié ayer a la dirección de correo electrónico de contacto que aparecía en la página de Detenidos Desaparecidos.


Estimados señores:

Mis más cordiales saludos y todo mi respeto por la invaluable labor que realizan por la memoria del país. Les escribo por un motivo que probablemente les parecerá extraño. Necesito contactarme con los familiares de Simón Gonzalo Soto Campos.



Sin otro particular, y agradeciéndoles de antemano, se despide atentamente;



Simón Soto A.



¿Fui muy escueto? ¿Fui muy breve? Tal vez. Pero no sabía qué más escribir. Entiendo lo poco válidos que son mis motivos para ubicar a los padres de Simón Soto Campos. Ni yo sé por qué estoy haciendo esto.


Otra vez los gritos de la anciana del lado.


4


En mi casa no tengo Internet. Por eso voy todos los días a la biblioteca. Son las 8:40 y escucho cómo los autos suben a toda velocidad por Simón Bolívar. Hace tiempo que no chocan en la esquina. Debe ser por los semáforos que instalaron en las intersecciones de esta calle con Monseñor Edward y con Santa Rita. Curioso; pero acabo de notar las connotaciones religiosas de ambas calles.


Estoy ansioso por recibir el correo de la página de Detenidos Desaparecidos. Puede ser que derivaran el correo directamente a los padres de Simón. Quizás alguien encuentre que lo que estoy haciendo es puro morbo. Que no tiene pies ni cabeza. Yo opino lo mismo. Ni siquiera sé qué voy a decirles. Quería ir ahora mismo a la biblioteca, estar ahí apenas abrieran, pero creo que esperaré a la tarde. Podría ser incluso mañana. Hoy no tengo muchas ganas de salir ni de escribir ni de dedicarme a alguna actividad específica.


A las 17:00 hrs. Me contestaron. Estoy en la biblioteca y recibí hace 5 minutos el correo. Me agradecen por contactarme con ellos. Dicen que en general mantienen un activo contacto con los familiares de todos los Detenidos Desaparecidos, pero que los padres de Simón se alejaron hace años del grupo. Intentarán ponerse en contacto con ellos. Me avisarán a la brevedad. No hay ninguna mención al alcance de nombre. Mejor así.


9


La primera lluvia del año.

2 comentarios:

  1. Amigazo, que este inicio de novela no se diluya.
    Muy buen texto, espero que Simón soto A no desaparezca.
    Un abrazo

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  2. Simón, estai escribiendo como la reverenda...

    Podría dejarlo hasta ahí, y podría significar algo en un ciframiento de grado enigma 0,1. Pero en el fondo, lo que habría que decir es que esta es una literatura muy bien escrita, que va interviniendo la realidad a través de tu propia figura, y que, como el escribidor de arriba, me sumo: que no desaparezca simón, que esta exquisites continúe.

    Caso omiso a los fagocitadores de la palabra éxito. Los buenos libros se levantan como lo que aquí yace: por sí solos, y con algo de ayuda del destino...

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