viernes, 20 de noviembre de 2009

Los neofachos


Están por todas partes. No sé si se reproducen con mayor rapidez que el resto o hay muchos impostores dando vueltas por ahí. Yo creo que no, que no hay impostores dispuesto a hacerse pasar por esto. En mi vida laboral y a veces social he tenido que tratar con muchos. Y gracias a eso he podido identificar ciertas variables que los definen, que los delinean. Nacieron en comunas emblemáticas para la clase media-media chilena. Vivieron sus años de infancia en una homogénea villa de La Florida o Maipú. Sus casas no tenían bibliotecas, pero sí un televisor grande en el living. La familia se reunía en la noche a ver a Raúl Matas o César Antonio Santis en el estelar de Moda. Los sábados, los sábados por supuesto pertenecían a don Francisco. El padre, un hombre tranquilo y trabajador, juntó dinero para, primero, comprarse un auto usado y luego, cuando los tiempos mejoraron, cuando Chile se empezaba a convertir en el Jaguar de Latinoamérica (y por qué no del mundo, pensaba el padre), un bonito Toyota comprado en 32 cuotas. El auto, de pronto, se convirtió en la actividad padre-hijo. Cada sábado en la mañana los dos hombres de la casa se levantaban y lavaban la joyita de la familia, ahí, el plena vereda, en parte por comodidad y en parte, y no menos importante, para mostrarle a los vecinos que a ellos les ha ido bien, que están triunfando de a poquito, que ya son propietarios de un auto 0 kilómetro.

Crecieron viendo mucha televisión y aprendieron a manejar a los 11 ó 12 años. Asistían sagradamente al entrenamiento de fútbol, y seguían los campeonatos nacionales e internacionales por la televisión por cable, que el padre de familia, mucho más establecido a estas alturas, pagaría cada mes. Eran fan de Marcelo Ríos, y se sintieron identificados cuando el tenista dijo que no estaba ni ahí. Ellos tampoco estaban ni ahí, aunque se sentían parte de una familia, y ya vislumbraban que el futuro, para ellos, estaba en la ingeniería comercial, en formar una familia (ojalá muy parecida a las que los había visto crecer), en establecerse y repetir los ritos que alguna vez papá hizo con ellos. En los años que ya dejaban de ser adolescentes y se aprestaban a ser unos jóvenes ejemplares comenzaron a ir a discotecas. No les importaba el volumen ensordecedor de la música desechable, ni el mal gusto de las decoraciones, ni el humo de cigarros Light mezclado con el aroma del sudor; sólo les importaba ir a conocer mujeres tan parecidas a ellos, chicas de clase media-media que pasaban los fines de semana en el mall observando con envidia las vitrinas, asistiendo al cine para ver una comedia romántica, esperando encontrar un novio como los tipos que veían en las discotecas, vestido con ropa de mall, tipos que podrían presentar en casa y que les ofrecerían un futuro seguro.

Hoy hablan de Piñera. Hoy están orgullosos de lo que han logrado. Para ellos, los libros son una pérdida de tiempo. En los happy hours putean contra los comunistas (aunque nunca han visto un ejemplar del Manifiesto) y proclaman a viva voz que Piñera lo hará bien, que llegarán al gobierno las personas que manejan el dinero. Hoy tienen un vehículo último modelo. Hoy no tienen problemas en ir a bailar reggeton. Hoy tienen en sus casas un televisor plasma de 40 pulgadas. Hoy visten con pantalones Dockers y poleras con cuello en V. Hoy piensan en casarse con la misma chica que conocieron hace 7 u 8 años en la discoteca; por la iglesia por supuesto, y con la novia de blanco. Tienen un trabajo estable, pero piensan continuamente en independizarse. Pronuncian mucho la palabra emprendedor. También la palabra PYME. Y así se ven: en unos años más dueños de su propia empresa. Viviendo en Las Condes, Vitacura o Lo Barnechea. Orgullosos de sí mismos. Orgullosos de ser neofachos.

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