jueves, 14 de enero de 2010

Impersonalidad y Álvaro Corbalán

Son las 10 de la noche. Dicen que el calor sobrepasó todos los límites. 35 ó 36 grados. No lo sé. He estado gran parte del día trabajando en la planificación del ramo de guión cinematográfico que impartiré el próximo año. Es extraño volver a escribir específicamente para este blog. Es como volver a subirse a una bicicleta después de mucho tiempo sin pedalear. Una sensación de desdoblamiento me invade desde hace días, o semanas, o tal vez meses. Quizás esa especie de impersonalidad del yo que se expresa de manera física esté relacionada con la escritura. Ya no me desempeño en ninguna agencia publicitaria. Ya no hago las veces de redactor creativo. Ahora sólo me dedico a la literatura y a la escritura audiovisual y al desarrollo de proyectos culturales y próximamente, en los meses que siguen para ser exacto, a la docencia. Son todas cosas que están relacionadas a mí hace años. Pero nunca las había desempeñado a cabalidad, salvo la literatura. Esto se parece a saltar de un puente sin ningún tipo de protección.
Sólo que yo nunca he saltado de un puente.

La extrañeza, la impersonalidad, también la identifico con la investigación que estoy realizando sobre Alvaro Corbalán. Acercarse al horror nos vuelve frágiles. Nos habla de la monstruosidad y de la miseria de los seres humanos. El horror deja de aparecer en la televisión y en los diarios y se instala en la memoria colectiva. Como una señal en la carretera, un enorme cartel publicitario que es imposible obviar. Está ahí. Miramos para el lado, pero el cartel está ahí, observándonos, haciendo sombra, dejándonos por unos breves instantes sin luz, en la oscuridad más absoluta. La oscuridad y sólo a unos metros el pasto y el sol y los brillos de los vehículos.

Para terminar, una historia que no es demencia. Una historia que es sinónimo de la condición humana trastocada y deforme: Los esbirros de la CNI allanan una población. Buscan a un dirigente comunista o a un miembro del MIR. Derriban puertas, golpean niños y mujeres, patean ancianos. De pronto dan con la casa del dirigente. Destruyen sus pertenencias buscando algo que implique al hombre o su familia en procesos subversivos. Sólo encuentran a un joven, a un muchacho, el sobrino o el hijo del dirigente. Lo golpean y sin mediar explicación, se lo llevan detenido. En el auto le preguntan dónde está el dirigente. El muchacho, golpeado, no atina a responder. Los agentes de la CNI lo golpean más. El muchacho intenta protegerse. El tipo que maneja le pregunta cómo se llama. El muchacho responde “Jesús, me llamo Jesús”. Los agentes se miran entre sí. Se ríen. “Entonces vai a morir como Jesús, conchadetumadre”, le dice uno de los agentes. De ahí todo es risas. Y oscuridad y calles mal iluminadas.
La periferia de Santiago.
Un peladero.
Al día siguiente encontraron al muchacho. Estaba torturado, mutilado y crucificado. Nadie respondió por su muerte.
Quizás la única respuesta que aún resuena es la risa de los agentes de la CNI.

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